Nos dirigimos en primer lugar a aquellos que desprecian seguir su propia voluntad y desean servir, con pureza de ánimo, en el servicio del rey verdadero y supremo, y a los que quieren cumplir, y cumplen, con asiduidad, la noble virtud de la obediencia. Por eso os aconsejamos, a aquellos de vosotros que pertenecisteis hasta ahora al servicio secular, en la que Cristo no era la única causa, sino el favor de los hombres, que os apresuréis a asociaros perpetuamente a aquéllos que el Señor eligió entre la muchedumbre y dispuso, con su piadosa gracia, para la defensa de la Santa Iglesia.
Por eso, oh soldado de Cristo, fueses quien fueses, que eliges tan sagrada orden, conviene que en tu profesión lleves una pura diligencia y firme perseverancia, que se sabe que es tan digna y sublime para con Dios que, si pura y perseverantemente se observa por los militantes que diesen sus almas por Cristo, merecerán obtener la suerte; porque en ella apareció y floreció un Movimiento, ya que la secularización ha producido que se abandone el celo por la justicia, y que se intente no defender a los pobres o iglesias sino robarlos, despojarlos y aun matarlos; pero sucedió que vosotros, a los que nuestro señor y salvador Jesucristo, como amigos suyos, dirigió desde la Ciudad Santa, no cesáis, por nuestra salud y propagación de la verdadera fe, de ofrecer a Dios vuestras almas en víctima agradable a Dios.
Y es así que, con todo afecto y fraternal piedad, y a ruegos de Samuel Ángel, en quien tuvo comienzo la sobredicha milicia, nos juntamos con ayuda de Dios e influyendo el Espíritu Santo, procedentes de diversas ciudades, en la fiesta de Cristo Rey, año de la encarnación del señor de 2020, y cuarto desde el comienzo de dicha milicia, y escuchamos de boca del mismo hermano Samuel Ángel el modo en que fue establecido este Movimiento y, según nuestro entender y saber, alabamos todo lo que nos parecía adecuado, y todo lo que consideramos superfluo lo suprimimos.
Y todo lo que en esa reunión no pudo ser dicho, o referido de memoria lo dejamos, de conformidad y con el dictamen de todo el Cabildo, que conocía mejor las necesidades actuales y de los miembros del Movimiento.
Todo lo arriba dicho, en conjunto, lo aprobamos.
Ahora, dado que un gran número de laicos se juntaron en aquel cabildo y aprobaron lo que hemos dicho, no debemos silenciar estas verdaderas sentencias que dijeron y juzgaron.
El abogado Samuel Ángel, con sus hermanos, hizo saber a los demás hermanos las observancias de sus humildes comienzos, y les habló de aquel que dijo: “Ego principium qui est loquor vobis”, es decir: “Yo que os hablo soy el principio”.
Y quiso el cabildo reunido que las normas que fueron dadas y examinadas con diligencia, siguiendo el estudio de la Sagrada Escritura, fuesen puestas por escrito a fin de no olvidarlas jamás, y del consentimiento de la asamblea y por la aprobación de los pobres Estandartes de la Inmaculada que se encuentra en el mundo.
Vosotros, que renunciasteis a vuestras voluntades para servir al Rey Soberano con libros y predicación, por la salvación de vuestras almas, procurareis siempre, con piadoso y puro afecto, oír los maitines y todo el oficio según las observancias canónicas y las costumbres de los doctos regulares de la Santa Ciudad de Jerusalén. Por eso, venerables hermanos, Dios está con vosotros, porque habiendo despreciado al mundo y a los tormentos de vuestro cuerpo prometisteis tener, por amor a Dios, en poca estima al mundo; así, saciados con el divino manjar, instruidos y firmes en los preceptos del Señor, después de haber consumado y concluido el misterio divino, ninguno tema la muerte. Estad prestos a vencer para llevar la divina corona.
Si algún hermano, por necesidades de la casa o de la cristiandad de su ciudad, que sucederá a menudo, a causa de tal ausencia no pudiese escuchar el oficio divino, debe rezar por maitines trece padrenuestros, por cada una de las horas menores siete, y nueve por vísperas, ya que, ocupados en tan saludable trabajo, no pueden acudir a la hora competente al oficio divino; pero si pudiesen, que lo hagan a las horas señaladas.
Cuando algún hermano falleciese, cosa que nadie puede evitar, mandamos que los clérigos y capellanes que servís a Dios sumo sacerdote ofrezcáis caritativamente y con pureza de ánimo el oficio y misa solemne a Jesucristo, por su alma; y los hermanos que allí estuvieseis pernoctando en oración por el alma del difunto, rezareis cien padrenuestros hasta el día séptimo, contando a partir del día de su muerte ¡quien lo supiera! con fraternal observancia, porque el número siete es número de perfección. Y aun os suplicamos, con divina caridad, y os mandamos con autoridad pastoral que, así como cada día se le daba a nuestro hermano lo necesario para comer y sustentarse, que esto mismo se le dé en comida y bebida a un pobre, hasta los cuarenta días. Todas las demás oblaciones que se acostumbran a hacer por los hermanos, así en la muerte de alguno de ellos como en las solemnidades de Pascua, las prohibimos totalmente.
Aquellos que sirven por devoción y permanecen con vosotros durante un término fijo son caballeros de la casa de Dios y del Templo de Salomón; así pues, movidos por la piedad rogamos y en última instancia ordenamos que, si durante su estancia el poder de Dios se llevara a cualquiera de ellos, un mendigo sea alimentado durante siete días por el bien de su alma por el amor de Dios y en nombre de la compasión fraterna, y cada hermano de esa casa debería rezar treinta padrenuestros.
Además, deberíais profesar vuestra fe con el corazón puro día y noche para que así podáis ser comparados en este aspecto con el más sabio de todos los profetas, el cual dijo: “Calicem salutaris accipiam”. Lo que quiere decir: «Aceptaré el cáliz de la salvación». Lo que significa: «Vengaré la muerte de Jesucristo con mi muerte. Pues igual que Jesucristo dio su cuerpo por mí, de la misma manera yo estoy dispuesto a entregar mi alma por mis hermanos». Esta ofrenda es digna y conveniente, porque es un sacrificio en vida que mucho complace a Dios.
Comeréis en el refectorio. Cuando os faltase alguna cosa, y tuvieseis necesidad de ella, si no pudieseis pedirla con gestos hacedlo silenciosamente. Siempre que se pida algo estando en la mesa ha de ser con humildad, obediencia y silencio, como dice el apóstol: “Come tu pan con silencio”; y el salmista os debe animar diciendo: “Puse a mi boca custodia”, que quiere decir: “decidí no hablar, y guardé mi boca por no hablar mal”.
Mandamos que después de cada comida y cena, si la iglesia está cerca, o en el mismo lugar, den gracias a Dios, que es nuestro procurador, con humilde corazón. Y mandamos que a los pobres se les den los trozos, guardándose los panes enteros.
Siempre que se coma o cene léase la santa lección. Si amamos a Dios, debemos desear oír sus santos preceptos y palabras. El lector que lee la lección os está enseñando a guardar silencio.
En la semana, si no es en el día de Pascua de Navidad, de Resurrección, de la festividad de Nuestra Señora o Todos los Santos, bastará con comerla tres días, porque la costumbre de comerla corrompe el cuerpo. Si el martes fuese día de ayuno, que el miércoles os sea servida abundantemente. El domingo, dénseles dos manjares tanto a los caballeros como a los capellanes, en honor de la Santa Resurrección; confórmense los demás sirvientes con uno, y den gracias a Dios.
Por regla general, conviene que los hermanos coman de dos en dos, para que con cuidado se provean unos a otros, para que aprecien la vida en la abstinencia y en el hecho de comer en común. Y nos parece justo que a cada uno de los hermanos se les den iguales porciones de líquido separadamente.
En los demás días, es decir los lunes, miércoles y sábados, basta con dar dos o tres manjares de legumbres, o de otra cosa cocida, para que, el que no coma de uno, coma de otro.
Los viernes es suficiente con dar comida de Cuaresma a toda la congregación, por la reverencia debida a la pasión de Jesucristo, excepto los enfermos y flacos, y desde Todos los Santos hasta Pascua, salvo el día del nacimiento del Señor, o en la festividad de Nuestra Señora o Apóstoles. Alabamos al que no la comiese el resto del tiempo. Si no fuese día de ayuno, cómanla dos veces.
Después de ponerse el sol, oída la señal o la campana, según la costumbre, conviene que todos vayan a completas, habiéndose hecho antes la colación, que dejamos al arbitrio del hermano menor: cuando quisiese, que les dé agua, y cuando sea misericordioso, vino tibio o aguado, y esto no para hartarse sino con parsimonia, pues muchas veces hemos visto hasta a los sabios corromperse.
Concluidas las completas conviene que cada uno vaya a su cuarto y no se permita a los hermanos hablar en público, salvo caso de urgente necesidad, y lo que hubiese que decir se diga en voz baja y secreta. Puede suceder que, habiendo salido de completas, instando la necesidad convenga hablar de algún asunto relacionado con el Movimiento, o acerca del estado de la casa, al mismo hermano menor o a quien lo supla con parte de los hermanos: entonces hágase, pero fuera de esto no, pues según consta en el décimo de los Proverbios: “Hablar demasiado no está exento de pecado”, y el duodécimo dice que la muerte y la vida están en la lengua. En lo que se hablase, prohibimos totalmente las palabras ociosas, y yéndonos a acostar, mandamos decir el padrenuestro, con humildad y devoción.
En las Sagradas Escrituras se lee que se repartiría a cada uno según sus necesidades. Por lo tanto, no habrá excepción de personas, pero debe existir consideración con los enfermos, y así, el que menos necesidad tenga dé gracias a Dios y no se entristezca, y el que tiene necesidad que se humille y no clame por la misericordia. Y así todos estarán en paz. Y prohibimos que a nadie le sea lícito practicar una inmoderada abstinencia, sino que mantenga con firmeza la vida comunal.
En las Sagradas Escrituras se lee que se repartiría a cada uno según sus necesidades. Por lo tanto, no habrá excepción de personas, pero debe existir consideración con los enfermos, y así, el que menos necesidad tenga dé gracias a Dios y no se entristezca, y el que tiene necesidad que se humille y no clame por la misericordia. Y así todos estarán en paz. Y prohibimos que a nadie le sea lícito practicar una inmoderada abstinencia, sino que mantenga con firmeza la vida comunal.
Aunque el Movimiento se ha propuesto defender la iglesia toda, no todo católico es miembro del movimiento. No todo el que tenga alguna insignia o muestra del movimiento pertenece al mismo, si no se cumplen las reglas esto ocasiona insoportables daños, porque en otras regiones podría haber ciertos fingidos hermanos, casados, y otros, que dijeren que eran de nuestra milicia, siendo del mundo, lo cual podría traer escándalos.
A nadie le es concedido llevar las insignias del Movimiento, sino a los mencionados Estandartes de la Inmaculada.
Que, dando gracias al procurador de los paños, se reparta igualmente los viejos entre los pobres y necesitados.
Si algún hermano quisiera, ya por mérito o por soberbia, el más bello o mejor vestido, merecerá sin duda el peor.
A los estandartes de la inmaculada tampoco permitimos que tengan ni pelo superfluo ni inmoderada longitud en el vestido, antes bien lo contradecimos. Los que sirven a Dios es necesario que sean limpios en su interior y su exterior, pues así lo afirma el Señor: “Sed limpios, porque yo lo soy”.
Mandamos y firmemente encargamos a los Estandartes de la inmaculada que han renunciado a sus propias voluntades y a los demás que sirven temporalmente que, sin licencia del Hermano menor, no osen tomar atribuciones para temas del Movimiento.
Esta costumbre, entre todas las demás, os ordenamos que observéis estricta y firmemente: que ningún hermano pida nada en nombre del Movimiento a otro; acuda al hermano menor, o a quien esté en su lugar, y demuestre la causa con verdadera y pura fe, y esté en la disposición del hermano menor la causa y determinación.
De ninguna manera sea lícito a cualquier hermano escribir en nombre del Movimiento a los religiosos, ni a otro cualquiera, sin consentimiento del hermano menor o quien lo sustituya; y después de que el hermano obtuviese permiso, en presencia del hermano menor, si le place, se lea.
Como toda palabra ociosa es pecado, de los que se jactan de ellas sin ser ante su Juez ciertamente dice el profeta: “Si de las buenas obras, por virtud de la taciturnidad, debemos callar, cuanto más de las malas palabras por la pena del pecado”. Prohibimos y contradecimos, pues, que ningún hermano cuente las necedades que hizo en el siglo, ni los deleites que experimentó con mujeres miserables ose contárselos a su hermano, o a otro; y si oyese referirlas a otros, enmudezca y, cuanto antes pueda, con motivo de la obediencia, se aparte y no muestre buen corazón, complacencia o gusto al que las hubiera dicho.
Es cierto que se os ha encomendado especialmente dar vuestras almas por las de vuestros hermanos y dar razón de vuestra fe con argumentos sólidos y elevados en la tierra, a los paganos incrédulos, especialmente a los enemigos del hijo de la Virgen María.
Sabemos que los perseguidores de la Santa Iglesia son innumerables, y no cesan de inquietar incluso a aquellos que no quieren contiendas con ellos; y así, si alguno de éstos de las regiones orientales, o en otra parte, solicita alguna cosa de vosotros, mandamos que los podáis escuchar en juicio, y lo que fuese justo lo ejecutéis sin falta.
Esta misma regla mandamos que se aplique en todas las cosas que injustamente se os hayan quitado.
Creemos, por divina providencia, que este nuevo género de religión tuvo principio para que se mezclase la religión con la militancia, y así la religión proceda armada con argumentos con la militancia y toque al enemigo sin pecar. Juzgamos, según derecho, que como os llamáis Estandartes de la Inmaculada podáis tener por este insigne mérito y bondad tierras, casa, hombres y labradores, y justamente gobernarlos, pagándoles lo que ganasen.
Estando enfermos los hermanos se ha de tener sumo cuidado y servirlos como a Cristo, según el Evangelio: “Estuve enfermo y me visitaste”. Y se han de cuidar con paciencia, porque de esto se nos dará celestial retribución.
Mandamos a los procuradores de los enfermos que les proporcionen todo lo necesario para la curación de sus dolencias, según las facultades de la casa: carnes, aves, etc., hasta que sanen.
Conviene no poco huir de que se provoquen la ira unos a otros, porque en la proximidad y en la divina hermandad, tanto a los pobres como a los ricos, Dios los ligó con suma clemencia.
Os permitimos tener hermanos casados de este modo: que, si piden el beneficio y participación de vuestra hermandad, hagan honesta vida y procuren hacer el bien a los hermanos.
Pero no consideramos adecuado que, habiendo prometido los hermanos castidad a Dios, los casados habiten en su misma casa.
Para que la flor de la castidad permanezca siempre entre vosotros, no es lícito usar la compañía de las hermanas para temas distintos a nuestro objetivo como Movimiento, esta costumbre y las damas, en calidad de freiras, no sean jamás recibidas en la casa de los hermanos.
Hermanos, se ha de temer y huir de que los Estandartes de la Inmaculada presuman de juntarse con un hombre excomulgado. Si solo tuviese prohibido oír el oficio divino, con el permiso del capellán podrán relacionarse con él y recibir caritativamente su hacienda.
Si algún político, u otro seglar, queriendo huir y renunciar al mundo desea elegir vuestra compañía, no se reciba enseguida, sino según aquello de San Pablo: “Probad si el espíritu es de Dios”. Pero para que le sea concedida la compañía de los hermanos léase la Regla en su presencia y, si quiere obedecer sus mandatos, si al hermano menor y hermanos place recibirlo, convocados los hermanos en capítulo haga presente ante todos su deseo y petición con corazón puro.
No siempre mandamos llamar a todos los hermanos a Capitulo, sino a aquellos que se consideren probos e idóneos. Cuando se trate de cosas mayores, como dar tierras, conferenciar el Movimiento, o recibir a alguien, entonces es competente llamarlos a todos, si al hermano menor le pareciese; y oídos los votos de la mesa local, hágase por el hermano menor lo que más convenga.
Hermanos, conviene orar con el afecto que el alma y el cuerpo pidiesen, bien sentados o bien de pie, pero con suma reverencia y no con clamores, para que unos no turben a los otros. Así lo mandados de común consejo.
La regla permite acoger niños en la congregación.
Conviene honrar con todo cuidado a los ancianos con piadosa consideración, sobrellevándolos según su flaqueza, y de ninguna manera estén obligados a estas cosas, que son necesarias para el cuerpo, con rigor, salvo la autoridad de la Regla.
Los hermanos que están repartidos por diversas provincias procuren guardar la Regla, en lo que sus fuerzas alcancen, en la comida, bebida y demás cosas, y vivan sin que tengan que corregirles, para que a todos los que desde fuera los viesen den buen testimonio de su vida y no manchen el propósito de la religión ni con palabras ni con hechos, sino que a todos aquellos con los que se juntasen sirvan de ejemplo de sabiduría, buenas obras y buen conocimiento de todo. Donde quiera que se hospedasen sean decorosos con la buena fama; y si puede hacerse, que en la casa del huésped no falte de noche luz, para que el tenebroso Enemigo no incite al pecado, lo que Dios no permita; y donde los Estandartes de la Inmaculada supiesen que se juntan no excomulgados, allí vayan. No considerando tanto la temporal utilidad como la salud de sus almas, alabamos que se reciba a hermanos en las partes ultramarinas dirigidos con esperanza de salvación, que quisiesen perpetuamente juntarse a nuestro Movimiento; y así, uno u otro se presenten ante el hermano menor de aquella Provincia y oiga la voluntad del que pide, y oída su petición, el hermano lo envíe al capítulo. Si su vida fuese honesta y digna de tal compañía, se reciba secretamente, si al hermano menor o hermanos les pareciese bien.
Juzgamos que esto se observará como guía y racionalmente, para que a todos los hermanos se les dé igualmente el sustento según la calidad del lugar: no es útil la excepción de personas, pero es necesaria la consideración de las dolencias.
Llevamos adelante nuestra obra solo por la providencia divina. Nos acogemos a ella para llevar adelante nuestra misión.
Si algún hermano, hablando o de otra manera faltase en alguna cosa leve, el mismo, voluntariamente, cuente su falta al hermano menor con puro corazón. Si no acostumbra a tener faltas, se le impondrá una penitencia leve, pero si callase y por otro fuese conocida, se le sujete a la mayor corrección y castigo: si el delito fuese grave, sea apartado de la familiaridad de los hermanos, no comiendo con ellos a la mesa, sino solo. Este en la dispensa o juicio del hermano menor todo, para que pueda salvarse en el día del Juicio.
Antes que las demás cosas se ha de mirar que ningún hermano, rico o pobre, fuerte o débil, queriéndose exaltar y poco a poco ensoberbecer y defender su culpa, quede sin castigo; y si no quiere enmendarse, se le dé la más grave corrección; y si con piadosas admoniciones, y hechas oraciones por él, no se corrige aun, sino que más y más soberbio se vuelve, entonces sea expulsado del piadoso rebaño, como dice el apóstol: “Apartad todo lo malo de vosotros”. Es necesario que toda oveja enferma se separe de la compañía de los hermanos fieles. Y el hermano menor debería empuñar el báculo y la vara (el báculo con el que sustente la flaqueza de los hermanos, y la vara con la que castigue los vicios de los pecadores) por amor a la justicia y por consejo del patriarca, y estudie lo que debe hacer siguiendo a San Máximo: Que la clemencia no sea mayor que la falta, y que un inmoderado castigo no haga que el pecador vuelva a hacer el mal”.
También os mandamos que evitéis y huyáis como de la peste, por precepto divino, de la envidia, la murmuración y la calumnia. Procure pues cada uno, con ánimo vigilante, no culpar ni reprender a su hermano, antes bien con especial estudio advierta el consejo del apóstol: “No acuses ni difames al pueblo de Dios”. Si un hermano conociese claramente que su hermano pecó en algo, pacíficamente y con piedad fraternal, según el precepto del Señor, lo reprenda en privado. Si no hiciese caso, llame a otro hermano para el mismo efecto, y si a ambos despreciase, sea reprendido públicamente, delante de todos, en el capítulo. Los que desprecian a otros sufren una terrible ceguera, y lamentarán amargamente no haber evitado la envidia hacia otros; por esta razón terminarán hundiéndose en la antigua maldad del demonio.
Creemos que es peligroso a todo hermano mirar detenidamente los rostros de las mujeres; por lo mismo, que ningún hermano ose besar ni a viuda ni a doncella, ni a mujer alguna. Huya por esto mismo de semejantes besos la Milicia de Cristo, por los que suelen frecuentemente peligrar los hombres, para que, con conciencia pura y perfecta vida, logre gozar perpetuamente de la vida del Señor.
A ningún Estandarte de la Inmaculada, ni miembro del Movimiento le es licito actuar en detrimento y división del mismo. Eso sea visto como un delito desde cualquier ángulo que se le mire.